Dos ciegos

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Las vi pasar,
caminando y sonriendo,
como si el mundo fuese al fin feliz.

Sus uniformes, decorados
con los colores de la compañía,
sus tocados perfectos,
sus broches.

Saludaban a medida
que entrábamos en la cabina del avión.
Uno por uno,
nos prometían
un agradable viaje.

Nosotros sólo queríamos huir,
marcharnos del país sin dejar rastro.
Estábamos vencidos,
rendidos en sus manos.

Las azafatas nos acomodaban,
cuidaban de que todo fuese bien,
y nos dieron periódicos,
incluso una comida ligera.

Mientras tanto,
por debajo de nuestros pies cansados,
el mundo se destruía.

Pero no nos importó.
Volábamos.